La princesa quería desvanecerse pero el escriba no la dejaba diluirse. Mientras ella hacía lo posible por ocultarse, él la iba describiendo lentamente en su cuadernillo. Blancas montañas llenas de queso con miel, bosques de cereales de todos los colores y sabores predominando el chocolate, y quebradas grises donde se reflejaban las estrellas fugaces al caer el sol. Desesperada y aceptando su destino ella se acercó y le acarició la cabeza; y en el papel, él pudo describir el pequeño arcoíris que nacía de su sonrisa antes de abrir los ojos y contemplar el sol en su recámara.
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