jueves, 3 de marzo de 2011

Cilindro

Cilindro

El olor a gas recorre en estos momentos mi cuerpo. Creo que algunos tildarían como una mala idea el abrazar un cilindro de gas con la válvula abierta, respirando todo el aire viciado una y otra vez, pero es muy agradable ese olor. Me hace recordar la sensación de felicidad que tenia a los 17 años, cuando nos desnudábamos con mi hermana y nos revolcábamos salvajemente. Un poco inusual, pero al fin y al cabo efectivo.
El olor sigue inundando la habitación y mi conciencia me invita a prender un fósforo y acabar con todo el apartamento. Deliciosos pensamientos que tienden a sacrificar mi esófago cuando vomito por sentir la sensación de vacío. Te venden la idea de que la felicidad viene atada a una sonrisa en tu rostro. Te dicen que las cosas siempre van para mejor y que hay que esperar con paciencia algo que sin certeza, solo es cuestión de esforzarse y tener fe, todo se hace y nace. Te ultrajan el cerebro con tontadas de amores y cuando te decides a soñar te apalean en lo alto. Cuando desciendes, irónicamente llenas tu cerebro de aire muerto, inundando desde tu piel hasta tu esqueleto moribundo.
Recuerdo cuando nuestros padres entraron a la casa y nos encontraron juntos. Ella estaba de pie mientras yo estaba tumbado lamiendo su sexo. Entraron a la habitación con cara revuelta, mi madre se desmayo mientras mi padre la alcanzaba a sostener. Nuestros afectos eran demasiado cariñosos según dijo el psicólogo al que nos obligaron a ir, pero su cara de morbo era tan intensa que no podía ocultarla bajo sus títulos y su máscara.
Mis sentidos se están dispersando. Vuelvo al lavabo a seguir vomitando lo que resta de bilis. Cada vez escucho sonidos moribundos en mi cabeza, como un metrónomo en cuatro tiempos. Sacudo la cabeza para intentar seguir respirando mientras lleno de gas mis pulmones. No quiero ir al cielo a pesar de lo que se dice. ¿Cómo no tenerle pavor al cielo si el camino hacia ese sitio está plagado de dolor?, los ojos se empiezan a nublar por el aire contaminado que hay en todo el sitio.
Uno, dos y tres por mi hermana que abre la puerta de la cocina. Hora de prender el fósforo. Hora de esquivar la realidad he irnos al infierno ártico. Si hay vida después de esto, supongo los recuerdos serán risorios mientras me burlo de sentimientos, una buena canción en medio del orgasmo y ninguno de nuestros padres persiguiéndonos por antinaturales.

Texto: John Blair

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