Generalmente me atormenta la idea del destino. Ese conejillo podrido que revolotea en todo lo que hacemos y se esconde entre un puto sombrero para que no podamos verlo. Me pregunto si mi idea del suicidio nació como desafío hacia aquel concepto y en caso de perpetuarla algún día, si está sería un mandato dado por el dios de la necesidad que menciona Korolenko.
Después de pensar y pensar trastabillo en mis conclusiones, idealizándolo como un pasatiempo de alguien que quería en su momento destrozar cabezas con la hambruna de pensamientos. Voltaire a través de sus Novelas, era chocante respecto a este concepto, haciendo que pensáramos que no podíamos huir mientras nosotros intentábamos llenar ese vacío que nos hace beneplácitos.
Para algunos es fácil ignorar al destino e ir viviendo sin pensar demasiado en estos conceptos, pues simplemente se dedican a construir la vida (cosa que me parece genial si yo pudiera hacerlo), pero para otros que somos multifacéticos, complicados y dispersos, a pesar de toda imaginación enfocada a como sería nuestro futuro, nos damos cuenta que la vida contiene en muchas ocasiones escenas de muerte, dolor y destrucción; contrariamente a lo que piensan la mayoría, no nos aislamos de una sociedad aunque somos lastimados por sofocarnos entre nuestros pensamientos hacia los demás. Voltaire lo describiría como destino divino, nosotros lo llamamos causa y efecto.
Aquí en este momento entramos a hablar de vivir nuestro destino/causalismo con tranquilidad y a ese estado le llamamos Felicidad. Los momentos felices son aquellos instantes sublimes donde saboreamos la parte buena de la vida, aunque irónicamente la felicidad de uno es la tristeza del otro. En ciertos puntos de la vida para alcanzar la felicidad, normalmente nos sobrevaloramos nosotros o sobrevaloramos a los demás y al cabo de un tiempo tendemos a destruir nuestra propia felicidad para sentirnos merecedores de ovaciones en el universo. Nuestro egocentrismo es tan grande que decidimos darle vida a nuestras penas y convertirlas en merienda diaria, abandonamos el corazón hacia los demás y dejamos a un lado nuestras sensaciones de vacío en vez de enriquecernos con esas emociones y aprenderlas a canalizar. En cada ocasión que se vive, se nos vuelve común el abandonarnos a nuestros demonios para calmar nuestra naturaleza. Buscamos hacernos Dioses irrepetibles pero obviamos que somos cíclicos y vamos de rueda en rueda en nuestra vida. Allí es el momento en el que, cuando todo está dado para nosotros y nuestra felicidad, somos participes de nuestra propia destrucción y nos acomplejamos diciendo que la vida es injusta y esa sarta de barrabasadas para justificarnos. Aquí es donde yo he de levantar la mano y escribir como quitarse las ataduras de la mente.
Querido lector… despierte de su inconformismo y empiece a transformar su entorno. El ciclo inicia y se vuelve a repetir, no con el ánimo de volver a vivir las mismas atrocidades, sino con el fin atrevido de mejorar nuestro ser cada vez que pasamos por estos ciclos. Hablo de atrevimiento porque tiende a cambiarnos a pesar de nuestra resolución absurda de seguir estando estancados y sofocados bajo nuestras propias ideas/tabúes. Por lo tanto la lucha se da contra el enemigo interno y esta lucha se vuelve eterna hasta que nuestro cerebro descanse de tanta perversidad o que nos demos por vencidos. Cuando dejamos que nuestros miedos/tabúes avancen aunque sea un poco en nosotros adoptamos como premisa el devolvernos en nuestro crecimiento, tendiendo a retomar el veneno que nos dota de cualidades negativas y nos destruye a medida que vamos avanzando por ese caminito de huesos.
Nuestros miedos deben desaparecer y para eso hay que hacer algo. Nuestra “salvación” de nuestros fobias no radica en un bar, una religión o en un momento, sino que reside en las letanías que infringimos en nuestro cerebro para comprender que nosotros somos unas extensiones que constantemente evolucionamos para bien de nosotros mismos. Consiste en aceptarnos tal como somos y clasificarnos como seres ilimitados que destruyen y construyen en el ciclo. Este es el reto señor lector, no conformarse con la mediocridad, pero no dejar a un lado nuestros ciclos sin haberlos completado.
El destino/causalismo no se impone sobre nuestra vida. Las circunstancias se van formando, pero somos nosotros quienes decidimos aprovecharlas o distorsionarlas. Dejemos de golpear nuestro ser contra la naturaleza con la idea de moldearnos y demos rienda suelta a nuestro instinto que es el que nos define como los seres inmutables y metódicos que somos. No hagamos a un lado todo lo que somos realmente, nuestra esencia, por encontrar verdades en un libro escrito por un crucificado.
Después de todo este manojo de soluciones a la cruel existencia, solo nos resta saber que somos algo y que vamos hacia un punto. Ya tenemos el principio, nosotros decidimos el final, pues dependemos de nosotros y nuestro conocimiento. La iluminación es dada por la armonía que podamos obtener al sacrificar nuestras turbaciones.
Si en este escrito queda un sin sabor de no estar terminado. Lo invito a que lo termine o lo deseche. Causalismo o Destino… no vale la pena ver esto con demasiada seriedad; verdadera ironía.
Texto: Hiroshima
No hay comentarios:
Publicar un comentario