Reflejo (Tributo a Murakami)
El encuentro sucedió alrededor de las cuatro de la
tarde. Conseguí llegar sin contratiempos al sitio y entre dos veces a verificar
que no estuviera antes pues me incomodaba la idea de que él ya me estuviera
esperando. Me acerque a la esquina a comprar un chicle cuando sentí que alguien
me tocaba atrás el hombro. Asustado por andar en aquel sector lleno de
malandros voltee rápidamente y me encontré a Damián con una sonrisa
destornillada, mirándome con sus ojos saltones y contrariados. El pobre (bizco
de nacimiento) se hallaba sobre la cera principal esperando pegarme un buen
susto, vestía con un pantalón café, una camiseta blanca y unas botas de
montañista. Después del chascarrillo guarde el chicle, entre con él a la
tienda de café y pedí un granizado, me senté a escuchar lo que me tenía que
decir alistando mis orejas para las palabras que destilaron aquellos críticos respecto
al libro que entregue en la editorial.
Al finalizar de relatar Damián con pelos y señales
todo lo que dijeron aquellos empresarios, mi reacción no fue sino la de asco
condicionada con tristeza. Me sentí como una prostituta escuchando como
ellos me alababan y repetían lo inteligente que me creían. Me sentí barato y
sucio dándome cuenta como entregaba mi talento al mundo mediocre que me rodeaba
en ese entonces. Por un momento me comparé con un Jesús moderno tratando de
convertir al cristianismo a primitivos orangutanes a base de pictogramas, lo
peor de la escena, es que lo estaba logrando.
Hablé un rato más con aquel personaje y salí de aquel lugar
con un sabor amargo en mi paladar. Camine durante mucho tiempo hasta que vi un
parque y me senté a descansar. Ya en prado, sentí como salía de mí todo el gozo
de aquel día radiante, se petrificaron las ganas junto con el entusiasmo, el
dolor fue tan agudo que hasta se fue la ira que normalmente me caracteriza. Vi
hacia el suelo y mi mirada se encontró con un charco dejado por la lluvia de la
noche anterior, recordé los espejos de la historia de Murakami, prefería
hundirme en ese charco que quedarme entre las mandíbulas de esos lobos
burgueses.
Texto: John Blair
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